El crecimiento es el objetivo de cualquier empresa, independientemente de su tamaño y del sector al que pertenezca. Según los expertos, si no se produce crecimiento ello no indica que el negocio sólo se mantiene, sino que va a menos: las inversiones o los costes repercuten en márgenes cada vez más pequeños, los ingresos se estancan y los gastos son cada vez mayores.
El crecimiento y progreso de la empresa dependen directamente de su capacidad para adaptarse a los cambios del entorno, incluso para provocar en él modificaciones que le favorezcan.
Para lograr esa adaptación a los cambios continuos (tanto a nivel tecnológico, productivo, de organización, de mercado…), es necesario que las empresas definan dónde quieren estar a medio plazo, se planteen unos objetivos concretos y tracen un plan de actuación en el tiempo para conseguirlos.
Si el objetivo de la empresa es el asegurar su futuro, generando un beneficio óptimo con la mejor utilización de los recursos de que se dispone, resulta evidente que, hoy en día, con el entorno cambiante en el que nos encontramos, es necesario conseguir y mantener una posición competitiva ventajosa, mediante la definición e implantación de un conjunto integrado y coherente de actuaciones.
A esta tarea se le denomina Planificación Estratégica, esto es, programar en el tiempo la realización de un programa de trabajo dirigido hacia la consecución de ciertos objetivos, organizando los recursos necesarios para ello.
Esta planificación debe abarcar un período de tiempo importante y tiene cierto carácter proyectivo donde, partiendo de la situación actual, se defina dónde se quiere ir y cómo – es decir, fijar la misión de la empresa-. Para ello la empresa ha de adoptar una actitud vigilante hacia las alteraciones del entorno (político, legislativo, económico, sectorial, competencia,…), integrar esa información en sus estrategias y prever una respuesta permanente ante tales alteraciones.
La empresa que quiera competir en este medio de mutaciones permanentes se enfrenta a la necesidad imperiosa de ser innovadora y debe buscar decidida y organizadamente los cambios que se producen en su entorno, provocando los necesarios en ella misma para poder aprovechar con ello las oportunidades que tales cambios le ofrecen en las perspectivas de su negocio y en la rentabilidad de sus resultados.
Muchos empresarios creen que la innovación sólo tiene que ver con la investigación y las tecnologías más complejas, más propias de grandes empresas industriales que de pequeñas y medianas empresas, bien sean industriales, comerciales o de servicios.
Pero la realidad es que la innovación va más allá de fabricar y lanzar productos avanzados. Innovar es trabajar de manera más inteligente, enfrentándose a los problemas desde nuevos ángulos, imaginando nuevas fórmulas de hacer las cosas, implementando nuevos sistemas de gestión. En definitiva, innovar es implementar en la organización un sistema de mejora permanente, por lo que la innovación está al alcance de cualquier empresa que se lo proponga, por pequeña que sea.
Innovar significa creer en nuevas ideas, habilidades y conocimientos que se plasman en nuevos productos, servicios, procesos o nuevas formas de organización y gestión. Significa también creer firmemente en el aprendizaje permanente de todos, en las mejoras tecnológicas, en la necesidad de abrirse a nuevos mercados y de cooperar con otras empresas; creer, en definitiva, que existen mejores formas de hacer las cosas. Y actuar en consecuencia.
Si la actitud de las empresas es conservadora o si no son capaces de apostar y poner en juego la imaginación y el empuje necesarios para adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas necesidades de los clientes, a las nuevas formas de organización, esas empresas tarde o temprano desaparecerán y dejarán su lugar, su negocio, a otra iniciativa, a otra idea sobre la forma de satisfacer las necesidades de los clientes.
Si, por el contrario, las empresas se sirven de las nuevas tecnologías, de las nuevas formas de venta y de comunicación, si utilizan la información que tienen a su alcance, si introducen mejoras organizativas y de gestión, si se atreven con nuevas ideas, podrán crecer y asegurar su participación en los mercados nacionales e internacionales. Innovando se aprovecha la experiencia y conocimiento que la empresa posee del negocio, para promover un cambio, y poder de esta forma interactuar en el futuro.
La innovación se plantea sin miedos ni complejos, como un instrumento que nos ayuda a ofrecer soluciones eficaces a las necesidades de los clientes y de la sociedad, y por tanto competir y crecer. Aquellas empresas que aprendan a reaccionar ante los cambios del entorno, a ser más creativas, a abrirse a la cooperación, a ser más flexibles, a implementar sistemas y herramientas de gestión tienen más oportunidades de éxito.
El empresario innovador no sólo asume los riesgos necesarios para innovar, sino que fuerza, además, que estos cambios se produzcan más deprisa. De esta manera, surgen pequeños avances y reflexiones a partir de ideas que, aunque no sean nuevas, nunca se han potenciado con fuerza o aplicado en el sector de la actividad de la empresa, y que constituyen la base de la innovación.
La cultura de la innovación en la empresa se traduce en una forma de actuación capaz de establecer y desarrollar valores y actitudes favorables a la asunción y el impulso de ideas y cambios, que supongan mejoras en su funcionamiento.
La capacidad de la dirección para asumir riesgos, la proclividad a la generación de ideas, la predisposición a la cooperación, el análisis crítico y la tolerancia, la participación de todos los miembros de la organización, la inclinación a compartir responsabilidades y la capacidad de perseverar son algunas actitudes que favorecerán que la cultura innovadora sea una realidad en la empresa.
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