Se habla de autonomía cuando un profesional ejerce su carrera realizando trabajos freelance o siendo dueño de una pequeña tienda o compañía, en la que todas las decisiones las toma él mismo.
Se ha convertido en una tendencia por factores como la crisis económica y, de hecho, se ve como una proyección hacia un éxito que asegurará estabilidad empresarial y económica.
Mucho se habla de las ventajas al emprender siendo uno mismo su propio jefe. Pero es más complejo de lo que se piensa y la autonomía no está hecha para ser asumida por cualquiera.
Es cierto que ser dueño de las decisiones que guían el emprendimiento trae consigo una disponibilidad de tiempo más controlada y muchos de los recursos pueden administrarse basados en las metas de corto y largo plazo.
Trabajando lo suficiente y tomando las decisiones correctas, pueden lograrse metas en los tiempos estipulados y aún en lapsos menores. Dicho todo esto, se concluye que la autonomía es el entorno ideal.
La realidad es más amplia. Los aspectos positivos de los que más se hablan, son solo una de las caras de la moneda y si va a asumirse la autonomía de manera objetiva, hay que tener en cuenta un factor determinante: la personalidad del emprendedor.
Surgen preguntas de autocrítica: ¿eres exigente?, ¿eres perfeccionista?, ¿tiendes a ser inflexible?, ¿eres estricto?
Si las respuestas a la mayoría de estas interrogantes es sí, hay probabilidad de que ser tu propio jefe juegue en tu contra y pueda forzarte a sacrificar aspectos importantes de la vida como el tiempo dedicado a tu familia y al ocio.
La faceta contraria de los interrogantes expuestos, puede indicar también el fracaso al emprender, aunque un punto medio entre ambos extremos es el entorno realista y objetivo que si dará garantía de éxito, convirtiéndote en un empresario modelo y una inspiración para tus empleados, tus familiares y tus clientes.
En cualquier caso, la autocrítica es tu aliada. Diagnostica tu situación y consigue el equilibrio.